A unos cinco kilómetros desde nuestro punto de partida, nos topamos con una cruz de Santiago y el arroyo de San Bol. Este arroyo, que fluye suavemente entre las piedras, lleva consigo el recuerdo de San Baudilio. Sin embargo, este lugar es más que un simple arroyo; es la entrada a una historia olvidada, la de una aldea fantasma conocida como San Bol.
San Bol fue misteriosamente abandonada por sus habitantes en 1503, y su desolación ha dado lugar a diversas leyendas y teorías. Algunos piensan que fue una epidemia la que provocó el abandono, mientras que otros creen que fue la expulsión de los judíos la causa del éxodo. Aunque las razones exactas siguen siendo inciertas, lo que es evidente es que San Bol tuvo una gran relevancia en esta región.
Un oasis en medio del desierto
La iglesia de San Baudilio, mencionada en documentos históricos desde 1352, funcionaba como hospedería, hospital y leprosería. Conocida también como San Boal, esta iglesia y sus instalaciones dependían del monasterio antoniano de Castrojeriz hasta el siglo XV. Este dato nos ofrece una idea de la importancia que tuvo San Bol en su tiempo, no solo como lugar de culto, sino también como centro de ayuda y refugio para peregrinos y enfermos.
Mientras recorremos estos parajes, es imposible no sentir una conexión con los antiguos habitantes de San Bol. Las ruinas y los vestigios que aún perduran son un testimonio silencioso de una comunidad que, por razones que quizás nunca sepamos del todo, tuvo que abandonar sus hogares. La soledad del lugar, acentuada por el suave murmullo del arroyo, nos invita a la reflexión y al recuerdo.
El arroyo de San Bol no es solo un punto de descanso en nuestro recorrido, sino también un recordatorio de la historia y la transitoriedad de la vida. A través de nuestros pasos, revivimos las huellas de aquellos que nos precedieron, caminando entre los ecos de un pasado que aún resuena en la tranquilidad de la naturaleza.