En los albores de la historia, desde tiempos inmemoriales, un enclave mágico y sagrado se erige en la región de Castilla, bajo el amparo de la reina Muniadona y su esposo Sancho el Mayor, en el siglo IX. Sin embargo, no sería hasta el siglo XII cuando este lugar adquiriría su verdadera identidad, gracias al impulso del rey Alfonso I el Batallador. Ponte Arga, o Ponte Regia, como se le conoce en los anales de la historia, fue dotada de carta puebla y poblada por francos, bajo la tutela de la Orden del Temple, cuyo legado perduraría a lo largo de los siglos.
Con el paso del tiempo, la Orden del Temple se extinguiría, legando sus posesiones a los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, quienes continuarían la labor de protección y cuidado de este lugar de peregrinación. Bajo la dirección de Juan de Beaumont, se iniciarían las obras del hospital de peregrinos, junto a la iglesia del Cristo del Crucifijo, dando así inicio a una hermandad que veneraría al místico Cristo de la Pata de Oca.
Las calles y plazas de Puente la Reina se convierten en un testigo vivo de la época medieval y jacobea, con su diseño urbano que parece guardar un misterio ancestral. La empedrada calle Mayor, conocida como la rúa de los peregrinos, se erige como el eje de esta urbe, revelando un secreto intrigante: el centro de la villa, en un plano simbólico, reside en la iglesia de Santiago, sugiriendo que la ciudad fue erigida en torno a este santuario como un símbolo espiritual y geográfico.
El cristo de la pata de oca
La Iglesia del Crucifijo, hogar del venerado Cristo de la Pata de Oca, es una joya arquitectónica que data del siglo XII. Construida por la Orden del Temple, este templo románico ha sido testigo de los avatares de la historia, ampliándose en estilo gótico con el paso de los años. Su interior alberga numerosas cruces templarias y pinturas góticas, así como la icónica imagen de la Virgen del siglo XIII y el enigmático Cristo de la Pata de Oca, cuya singular postura sobre el tronco de madera lo convierte en una reliquia única y mágica.
La Iglesia de Santiago, conocida también como el apóstol negro, es otro punto de referencia en esta travesía espiritual. Construida en el siglo XII durante el reinado de García V Ramírez, este templo románico de dimensiones catedralicias ha sido ampliado en el siglo XVI. Su portada polibulada y los rostros humanos grotescos que la adornan reflejan la influencia islámica en la región, así como la lucha simbólica entre la oscuridad y la luz. En su interior, se guardan dos imágenes consideradas milagrosas: Santiago Beltza, el apóstol negro, y la Virgen de la Soterraña, protectora del municipio.
Estos santuarios, con sus historias entrelazadas y su carga espiritual, forman parte del viaje mágico y sagrado del Camino de Santiago, donde los peregrinos encuentran no solo un destino físico, sino también un encuentro con lo divino y lo trascendental. En cada piedra, en cada imagen, se respira la esencia de siglos de devoción y fe, haciendo de este lugar un punto de encuentro entre lo terrenal y lo celestial.