Permítanme presentarles a Felisa Rodríguez Medel, reconocida entre los peregrinos que recorren las rutas Jacobeas. Su nombre figura en prácticamente todas las guías publicadas en varios idiomas sobre el Camino de Santiago.
Después de pasar Viana y antes de adentrarnos en Logroño, mientras ya disfrutamos de las impresionantes vistas, nos topamos con un modesto letrero escrito a mano que anuncia: «INFORMACIÓN Y SELLADO A LOS PEREGRINOS, FELISA».
Hasta el año 1940, Felisa residió en una de las calles más emblemáticas de Logroño, la Ruavieja. Sin embargo, tuvo que abandonarla debido a la declaración de ruina de la casa en la que habitaba. Desde entonces, se estableció en su ubicación actual en el camino de Viana.
Su vinculación con el Camino de Santiago comenzó en la década de los 80, cuando el Cura del barrio de San Antonio, Jesús Martínez Cañas, le solicitó ayuda para informar y sellar las credenciales de los peregrinos. Como es de esperar, la remuneración por esta labor se encontraría más allá de este mundo.
A pesar de la dificultad que representaba no saber leer ni escribir, Felisa aceptó el encargo y se convirtió en una guardiana incansable, siempre al pie del cañón. Siempre atenta, cuando llegaba un peregrino, lo atendía y le preguntaba si venían más, para no abandonar su puesto.
El idioma nunca fue una barrera, ya que Felisa solo hablaba un castellano puro. No obstante, con determinación y gestos lograba comunicarse. Después de sellar las credenciales, les animaba a escribir lo que quisieran en hojas y, posteriormente, en libros. También les ofrecía un lugar para refrescarse y descansar, a menudo en el suelo, ya que a pesar de sus solicitudes, solo disponía de dos bancos, que en la mayoría de las ocasiones resultaban insuficientes.
La gran hospitalera Felisa
Su «oficina» (una mesa y una sombrilla) nunca cerraba. En el peor de los casos, se cubría con un plástico para proteger los libros de la lluvia. Desde la ventana de su cocina, vigilaba, o a la sombra de una higuera, aguardaba la llegada de los peregrinos.
Felisa desempeñó esta labor con una dedicación admirable, acumulando trienios y quinquenios, aunque se presume que con el mismo salario. Su recompensa llegaba día a día, a través del agradecimiento y las sonrisas de aquellos a quienes atendía. Recibir una postal de agradecimiento desde cualquier parte del mundo era para ella como una gratificación extra.
El 20 de Octubre del 2002, Felisa nos dejó, a punto de cumplir los 92 años. Además de sus familiares, sin duda, muchos sentirán su ausencia.
Hoy, al pasar por el camino de Viana, no encontraremos a Felisa, pero sí su mesa, su sello, su cartel y su hija Mari (María Teodora Mediavilla Rodríguez), quien a sus 70 años continúa atendiendo a peregrinos, vecinos y viajeros de paso, después de haber compartido tantos años con su madre. Cumpliendo a cabalidad el refrán: «Al que a los suyos parece, honra merece».