La leyenda de San Virila es una de las muchas historias que se cuentan en el Camino de Santiago. Esta leyenda se refiere a un santo que vivió en el siglo VI y que se convirtió en un protector de los peregrinos que viajaban a Santiago de Compostela.
En el Monasterio de Leyre, uno de los monumentos más destacados de Navarra, se cuenta una leyenda fascinante. Se dice que en el siglo IX, el abad Virila, líder espiritual de Leyre, estaba preocupado por el significado de la vida eterna y el misterio de la eternidad. Un día, salió a caminar y escuchó el canto de un ruiseñor que lo dejó completamente extasiado. Profundamente conmovido, Virila se quedó dormido.
Cuando despertó, ya era de noche y se apresuró a regresar al Monasterio. Al llegar, se presentó como el abad Virila, pero nadie lo conocía. Desconcertado, un monje consultó los registros antiguos y descubrió que, efectivamente, había existido un abad llamado Virila hacía 300 años, que había desaparecido sin dejar rastro.
Mientras estaban en la iglesia, la bóveda de la misma se abrió de repente y apareció un ruiseñor con el anillo abacial en el pico. El pájaro se lo entregó a Virila y se escuchó la voz de Dios que le dijo: «Virila, piensa que 300 años han pasado en un momento mientras escuchabas el canto del ruiseñor. Imagina cómo será la eternidad a mi lado, será solo un momento».
Dónde se sitúa esta leyenda
En la Edad Media, el Monasterio de Leyre era uno de los más importantes del Reino de Navarra y su líder espiritual era el abad Virila, quien vivió a finales del siglo IX. Según la leyenda, una tarde, el abad decidió salir a dar un paseo por el majestuoso bosque que rodeaba el monasterio.
Mientras descansaba junto a una fuente y reflexionaba sobre la vida eterna, Virila escuchó el canto de un ruiseñor que lo cautivó. Tanto fue así que terminó quedándose dormido.
Cuando despertó de su larga siesta, Virila regresó al monasterio, pero notó que algo había cambiado. El Monasterio de Leyre era mucho más grande que cuando se había ido y contaba con zonas anexas que antes no existían. Además, no reconoció a ninguno de los monjes que estaban allí, ni ellos a él.