La leyenda de San Ataulfo ocurre en la Península Ibérica durante el oscuro siglo IX, en un período dominado por el desorden y la corrupción, abundando los escándalos eclesiásticos, esposas desaparecidas y clérigos viviendo con concubinas. En medio de este caos, surge el obispo de Compostela, Ataulfo II, quien se propone erradicar los abusos eclesiásticos y restablecer la disciplina, aunque para ello necesite tomar medidas drásticas.
Esta decisión de imponer orden no agrada a quienes disfrutan de los beneficios de la corrupción y el desorden. Así, una tarde gélida de invierno, recibimos la visita de varios clérigos indignados en nuestra morada – Cadón y yo, Acipilón. Exigen que llevemos al rey de Asturias, Alfonso III el Magno, acusaciones sobre Ataulfo, alegando que este conspira contra el reinado y que está en cahoots con los moros para entregarles las tierras gallegas. Aceptamos sumarnos a su complot, ya que tampoco nos complace la idea de perder nuestros privilegios. Nuestras acusaciones calan hondo en Alfonso, quien ve en esta oportunidad la chance de eliminar otra amenaza a su reino.
En una desafortunada audiencia con el rey, Ataulfo es apresado antes de que pueda defender su causa. Condenado por traición, su castigo es enfrentar a un toro salvaje, un espectáculo atroz destinado a proporcionar entretenimiento al pueblo y reafirmar la autoridad del rey.
El día esperado por todos llega finalmente, con una plaza abarrotada de espectadores. La multitud espera con ansias el violento final de Ataulfo, nuestro otrora colega eclesiástico. Sin embargo, al liberarse el toro, ocurre un milagro. Justo al borde de embestir a Ataulfo, la fiera se detiene y, ante el asombro de quienes observamos, baja su cabeza en señal de sumisión.
En ese instante, me doy cuentade que hemos cometido un grave error. La actitud del toro parece validar la inocencia de Ataulfo, quien, lejos de estar conspirando con los enemigos del reino, había estado sólo buscando restablecer la disciplina y la santidad entre los clérigos.
Lo que sucedió aquel día fue imborrable no solo para los que presenciamos el milagro, sino que se convirtió en parte de la historia de la región. Para asegurar que estos hechos no se olvidaran con la passage del tiempo, fueron inmortalizados en un magnífico capitel en el refectorio de la Catedral de Pamplona, donde aún se pueden apreciar las escenas de la historia de San Ataulfo. Así, esta leyenda sirve como un recordatorio constante de la inocencia del obispo y la injusticia que sufrió.