La basílica de San Gregorio en Sorlada, Navarra, es un testimonio de la gran popularidad que tuvo este santo entre los siglos XVI y XVIII, así como del poder económico alcanzado por la Cofradía en una época en la que no existían los productos químicos ni los modernos insecticidas, pesticidas o plaguicidas.
En aquellos tiempos, los agricultores se enfrentaban a plagas que amenazaban sus campos y que a menudo anunciaban hambrunas y muerte. Ante esta situación, recurrían a la intermediación de los Santos, elevando sus plegarias al cielo en busca del perdón de Dios y la protección divina.
La leyenda de San Gregorio se remonta al principio del siglo XI, cuando los campos de Navarra y La Rioja, que en aquel entonces formaban parte del Reino de Pamplona, fueron devastados por una plaga de langostas que oscurecía la luz del sol.
Al no tener éxito con los métodos tradicionales para combatir la plaga, el Consejo de Reino, junto con los obispos de Pamplona y Nájera, decidió enviar una comisión a Roma para exponer el problema al Papa Benedicto IX y pedirle que realizara oraciones públicas para poner fin a este azote.
Al concluir las plegarias, un ángel se apareció al Sumo Pontífice y le ordenó que enviara a Gregorio, su bibliotecario, quien además era Cardenal y Obispo de Ostia. Se le encomendó la tarea de devolver la salud a los campos bañados por el río Ebro a través de su presencia, oraciones y predicaciones.
Gregorio bendijo los campos afectados por la plaga de langostas y logró aniquilar por completo a este insecto que asoló España hasta comienzos del siglo XX. Tras la muerte de Gregorio en 1044, los obispos de Nájera y Pamplona se disputaron el derecho de enterrar sus restos en sus respectivas catedrales.
Sin embargo, al enterarse de la disputa entre los clérigos, el rey de Pamplona, García Sánchez III, conocido como el de Nájera, decidió que Gregorio fuera enterrado en la cima del monte donde se encontraba un castillo llamado San Salvador de Piñalba (Pigna-alba = Peña-blanca). San Gregorio había ordenado que, tras su muerte, su ataúd fuera cargado en una mula y donde esta se detuviera, allí debía ser enterrado.
Ataron el ataúd al lomo de la mula, la cual cruzó el río Ebro y tomó el camino hacia Estella. Al llegar a Los Arcos, la mula cayó al suelo, pero se levantó y giró hacia la Berrueza siguiendo el curso del río Odrón. En Mues, donde hoy se encuentra la ermita de la Virgen de la Cuesta, la mula volvió a caer.
La mula se levantó por segunda vez, pero finalmente murió al llegar a la cima de Piñalba. Los discípulos, cumpliendo el deseo del Santo, enterraron el cuerpo de Gregorio en lo alto del cerro, donde se construyó la actual basílica en su honor.
Una vez sepultado en la basílica, San Gregorio se convirtió rápidamente en el protector contra la langosta, el pulgón y otros insectos. De ahí surge la tradición que se ha mantenido a lo largo del tiempo de pasear la reliquia del santo por diversas localidades y pasar agua por su cabeza, para luego esparcirla sobre los campos con el fin de asegurar una buena cosecha. Esta práctica justifica la expresión popular: «Andar más que la cabeza de San Gregorio».
La basílica de San Gregorio en Sorlada
La basílica de San Gregorio en Sorlada se destaca por su majestuosidad y se erige como un símbolo de devoción y fe en la región. Durante los siglos XVI al XVIII, fue testigo del fervor y la veneración que los fieles mostraban hacia el santo, buscando su intercesión en tiempos de plagas y adversidades en los campos.
La influencia de la Cofradía de San Gregorio se hizo notoria en el ámbito económico, ya que en aquellos tiempos no existían los avances científicos y tecnológicos que hoy en día utilizamos para combatir las plagas agrícolas. La devoción y la fe en la protección divina eran los pilares en los que se sustentaba la esperanza de los agricultores, quienes veían en San Gregorio un aliado poderoso para enfrentar las adversidades que amenazaban sus cultivos y su sustento.
Hoy en día, la basílica de San Gregorio sigue siendo un lugar de peregrinación y veneración para numerosos fieles y visitantes. La tradición de llevar la reliquia del santo a diferentes localidades y esparcir agua sobre los campos como símbolo de bendición y protección se mantiene viva, transmitiendo de generación en generación la creencia en el poder intercesor de San Gregorio y su capacidad para salvaguardar las cosechas y asegurar el sustento de las comunidades agrícolas.
En conclusión, la basílica de San Gregorio en Sorlada representa un importante legado histórico y cultural. Su construcción y la devoción hacia el santo reflejan la profunda conexión entre la fe, la agricultura y la protección divina en tiempos de dificultades. La historia de San Gregorio y su papel como protector contra las plagas agrícolas perdura en la tradición popular, manteniendo viva la esperanza y la creencia en la ayuda divina en momentos de necesidad.