Las dos hermanas del castillo de Pambre. Palas de Rei

Las dos hermanas del castillo de Pambre. Palas de Rei
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En las brumas del pasado, el Castillo de Pambre se alzaba como hogar de un influyente señor, cuyo legado quedó tejido en las historias de dos hermosas doncellas. Estas jóvenes, hijas de este poderoso señor, compartieron el escenario de Palas de Rei, acogiendo en su morada a nobles viajeros que transitaban el Camino de Santiago. Estos nobles huéspedes eran agasajados como parte de la hospitalidad que el castillo ofrecía, aliviando las fatigas finales de su peregrinación.

En los anales del tiempo, una figura moribunda llegó hasta el castillo. Era un caballero francés que, abrumado por la enfermedad, había alcanzado las últimas etapas del camino. Las doncellas, con sus corazones rebosantes de compasión, se volcaron en cuidar del joven peregrino. Sin embargo, el eco del amor resonó en los pasillos silenciosos del castillo. En el rincón más íntimo de sus corazones, cada una de las hermanas encontró un sentimiento especial hacia el caballero.

La narrativa toma un giro cuando el peregrino, una vez recobrado, dirigió su atención hacia una de las doncellas. El destino parecía haber favorecido a una, mientras que la otra, con pesar, se encontró en la encrucijada del amor no correspondido. Sin embargo, la leyenda sostiene que esta última doncella no abandonó la esperanza en el amor. Su corazón permanecía anclado a la senda de los peregrinos, aguardando el posible encuentro con su alma gemela.

Los días pasaban y la doncella desconsolada se aferraba a su torre, desde la cual contemplaba un horizonte que ofrecía la promesa de un nuevo amor. Hasta que un fatídico día, fue hallada en su refugio, con la mirada perdida en la lejanía y su vida apagada. La leyenda insinúa que su corazón y sus esperanzas habían quedado impregnados en las piedras del castillo y en los susurros del viento que sopla sobre el Camino.

Así, la historia de estas dos hermanas y el caballero peregrino se convierte en un eco de amores entrecruzados, deseos no expresados y esperanzas que trascienden los límites del tiempo. El Castillo de Pambre se erige como un testigo silente de estas pasiones ocultas y, en particular, de la doncella cuyo amor quedó suspendido en el aire, como un sueño que nunca se materializó en la realidad.

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