En las brumas del tiempo, surge una leyenda arraigada en la costa gallega, la cual relata el misterioso origen de la emblemática concha del peregrino. Esta historia se entrelaza con el lugar conocido como Bouzas, añadiendo un toque de misticismo a las leyendas que rodean el traslado del cuerpo de Santiago a lo largo del Camino.
Según la antiquísima narrativa, mientras los restos del apóstol eran transportados en una balsa a lo largo de la pintoresca costa gallega en busca de su última morada, los ojos de los acompañantes se posaron en Bouzas. En este enigmático paraje, se llevaba a cabo una bulliciosa celebración nupcial. La festividad se teñía de juegos, y entre ellos destacaba el «abofardar», un juego en el que una lanza o caña es lanzada al aire y, a caballo y a toda velocidad, se debe recoger antes de que toque suelo.
El destino, como un mago caprichoso, intervino en este momento de júbilo. En una de las lanzadas, la lanza del novio se dirigió hacia el océano, arrastrando al intrépido joven y a su montura hacia el abrazo insondable de las aguas. El suspenso fue reemplazado por asombro cuando, como de las profundidades de un mito, emergieron nuevamente el novio y su fiel corcel. Pero algo extraordinario había sucedido: el cuerpo del joven estaba cubierto de conchas de vieira, las mismas con las que los peregrinos adornan sus atuendos y mochilas como símbolo de su devoción.
Los discípulos que custodiaban los restos sagrados de Santiago interpretaron este fenómeno como un milagro, una señal divina que atestiguaba la presencia y el favor del apóstol. Conmovidos por la inexplicable transformación y convencidos del poder de la fe, llevaron al novio, todavía envuelto en el manto nacarado de conchas, a la embarcación que transportaba los restos sagrados. Este evento insólito, que desafió las leyes de la naturaleza, inspiró al novio y a gran parte de los asistentes a la boda a abrazar el cristianismo, sellando así un profundo cambio espiritual en sus vidas.
Las versiones de esta leyenda pueden variar, como las olas del mar que acarician la costa, pero su esencia perdura. Es este prodigio marino el que confirió a la concha de vieira un significado más allá de su belleza estética. A partir de entonces, los peregrinos que se aventuraban en el Camino de Santiago llevaban consigo la concha como un distintivo de devoción, un recordatorio tangible del poder transformador de la fe y la voluntad de superar desafíos, tal como lo hizo el novio de Bouzas, emergiendo de las profundidades cubierto en conchas como un símbolo vivo de su renacimiento espiritual.
