Los peregrinos son la esencia del Camino de Santiago, portadores de valores, usos y patrimonio inmaterial que evolucionan junto con los objetivos que persiguen en su travesía. Aunque su presencia es constante, la afluencia aumenta en verano, mientras que en invierno es más reducida. Históricamente, la comunidad debía reconocer al peregrino para brindarle acogida, ya que era un desconocido en la localidad.
Los atributos distintivos del peregrino —la concha de vieira, la capa, el bordón, la calabaza y la cruz— aparecen recogidos en el Códice Calixtino (siglo XII), el gran manual del peregrino medieval. Cada uno de estos elementos tenía un valor práctico y simbólico: el bordón servía de apoyo en el camino y de defensa frente a animales o salteadores; la calabaza permitía transportar agua o vino; la capa protegía de la intemperie; y la concha de vieira, recogida en las costas gallegas, era el símbolo último de haber alcanzado Compostela. Estos objetos se entrelazaban con los relatos de milagros atribuidos al apóstol, que aseguraban al peregrino protección durante su viaje.
Con el tiempo, la iconografía se fue enriqueciendo. En el siglo XII, se añadieron elementos como el cuerno y el capote, vinculados a la vida pastoril y cazadora en las regiones atravesadas por el Camino. En el siglo XVI, la figura del peregrino se consolidó en la pintura y el grabado europeos, representado con barba, sombrero de ala ancha adornado con la concha, y un aire de devoción y cansancio. Así, el peregrino se convirtió no solo en un viajero, sino en un emblema cultural de Europa cristiana.
La concha de vieira —a veces acompañada de la cruz de Santiago— ha perdurado como el símbolo más reconocible del peregrino, hoy complementada por otro emblema universal: la flecha amarilla, pintada desde la década de 1980 por el sacerdote Elías Valiña, que guía a miles de caminantes en su ruta hacia la tumba del Apóstol.
El peregrino no solo se identifica por sus atributos, sino también por sus gestos: preguntar por el camino, saludar a otros caminantes, solicitar hospitalidad. Estos actos han tejido, a lo largo de los siglos, una relación estrecha entre viajeros y comunidades locales, creando un legado de intercambio cultural y espiritual que hoy forma parte del patrimonio inmaterial reconocido por la UNESCO.
Las motivaciones para recorrer el Camino han evolucionado con el tiempo. En la Edad Media, predominaban la devoción, las penitencias y la búsqueda de curación milagrosa. Más tarde, se sumaron razones ligadas a la aventura, el comercio o la política. En la actualidad, los caminantes lo emprenden tanto por motivos espirituales como por búsqueda de reflexión, contacto con la naturaleza, deporte o turismo cultural. Esta diversidad de propósitos refleja que, más allá de su origen religioso, el Camino se ha convertido en un espacio de encuentro, diálogo y autodescubrimiento.
